sábado, diciembre 05, 2009
Hace cosa más o menos de una semana, estaba con un par de amigas hablando de otra chica a quien llamaré H. Una de mis dos interlocutoras se mostraba particularmente decidida a dejar expuesta la verdadera personalidad de H, ya que, según decía, todo lo que H hacía o decía en realidad estaba diseñado por ésta como camuflaje. Habría sido injusto para quienes interactuamos con ella, decía mi interlocutora, no revelar esta información. En algún momento, con la intervención de todos los participantes de la charla, había quedado dicho que el método que utilizaba H para confeccionar sus disfraces, por decirlo así, era el de la inversión de los datos. Un recurso gastado que sin embargo no pierde eficacia en determinados contextos. De modo que si H por alguna razón llegaba a sentirse insatisfecha digamos con su desempeño académico, o supusiera que los demás, a lo mejor nosotros, que aquel día hablábamos de ella, en caso de contar con la información necesaria habríamos juzgado como deficientes los resultados de sus actividades, sin ninguna clase de rodeo declaraba que le había ido maravillosamente bien en cada cosa que había emprendido, que jamás habría imaginado que sería tan feliz tanto laboral como afectivamente, etcétera. Todo esto me resultaba, además de tedioso, obvio. Ninguna novedad en estas frases que se decían como portadoras de grandes revelaciones. Y acaso para dar por zanjado el asunto dije que H se comportaba de esa manera porque estaba loca. Lo dije así: H está loca. Confieso que he cargado esta pequeña frase con algunos ingredientes que sin duda, digamos, la han engordado. Por ejemplo cierto gesto de fastidio en la cara y un movimiento de la mano como si alejara una mosca de la punta de mi nariz. Pero de ninguna manera esperé que causara tal indignación en mis compañeras de mesa. Gesticulantes, dijeron que no les parecía para nada que se tratara de locura. Y que, en todo caso, en qué me basaba yo para hacer semejante declaración. No me basaba en nada. Era una manera de decir. Entonces debía retractarme. O por lo menos aceptar que la que había usado era una expresión exagerada y hasta fuera de lugar... Supongo que lo que les molestaba y las había conducido directamente a la ira era que el hecho de que H estuviera loca la convertía por supuesto en inimputable. Que su felicidad ficticia, ya de por sí difícil o imposible de refutar, encontraba origen en algo cuyo responsable desaparecía detrás de la locura, se ocultaba cada vez que alguien pretendía ahondar en sus asuntos, digamos que se asomaba, reía y se volvía a ocultar. Y sin duda la felicidad de H, aunque no fuese más que una felicidad inventada, ya era algo. Algo que no se le podía permitir en absoluto.
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